La comunidad internacional debería estar alarmada por la continua campaña del Gobierno de Bahrein contra la expresión de la disidencia por parte de la sociedad civil y la oposición política pacífica. Una década después de las históricas protestas de 2011, cualquier cambio positivo se ha visto ensombrecido por días más oscuros caracterizados por las detenciones y los juicios masivos, la aplicación de nuevas y depravadas leyes y un entorno de persecución intensificada. Aquellos momentos esperanzadores en la Glorieta de la Perla, en los que los manifestantes pudieron alzar la voz mediante discursos, poesía y animados vítores, se han disipado con la represión de cualquier forma de disidencia. Sencillamente, el espacio para la disidencia ha disminuido y, con ello, el miedo a la persecución y las represalias ha impedido a muchos posibles disidentes plantear sus preocupaciones públicamente.
La represión de la disidencia en Bahrein se ha producido a través de cambios perversos en el sistema jurídico, así como mediante el continuo encarcelamiento de defensores de los derechos humanos y de la oposición política, la persecución pública de disidentes individuales y el ataque a los medios de comunicación tradicionales y sociales y a determinados usuarios de los medios. Las autoridades bahreiníes aplican actualmente una política de tolerancia cero, que garantiza la adopción de medidas contra las personas o grupos que critican públicamente la situación política, plantean problemas de derechos humanos o simplemente intentan informar de la verdad.
La pena por decir lo que se piensa, ya sea en persona o a través de los medios de comunicación social, conlleva numerosas consecuencias inhumanas: encarcelamiento, tortura, desnaturalización de los ciudadanos que conduce a la apatridia, exilio forzoso y/o ejecución. Basta decir que se trata de respuestas desequilibradas al mero hecho de, por ejemplo, tuitear la verdad, como fue el caso de Nabeel Rajab y que le llevó a un largo encarcelamiento. Además, el gobierno no duda en castigar a los familiares de los disidentes con la esperanza de que esto silencie al disidente, como experimentó la familia Al-Wadaei.
Las defensoras de los derechos humanos no se libran de las autoridades; activistas destacadas y familiares también han sufrido la brutalidad de las autoridades. Esto incluye a personas como Ebtisam al-Saegh, cuyo activismo en los círculos internacionales de derechos humanos se encontró con la prohibición de viajar, repetidas citaciones para interrogatorios y una condena por delitos relacionados con el terrorismo. Además de soportar unas condiciones carcelarias insalubres e inhumanas, Ebtisam sufrió abusos sexuales y fue golpeada durante su proceso de interrogatorio, además de permanecer de pie durante todo el mismo. La ingeniera química Zakeya al Barboori sigue encarcelada como última presa política de Bahrein; sufrió un trato igualmente duro durante su detención.
Los sistemas judicial y jurídico de Bahrein han desempeñado un papel tanto activo como pasivo en la estrategia del gobierno para reprimir la disidencia. Lo han hecho a través de diversas vías, como la disolución de sociedades políticas como Al-Wefaq, la emisión de prohibiciones de viaje a activistas y defensores de los derechos humanos, la aprobación de la desnaturalización de cientos de personas críticas con el gobierno y la promulgación de nuevas leyes. Por ejemplo, en abril de 2013, la ley antiterrorista del Reino se amplió para incluir las protestas no violentas, la labor de derechos humanos, el activismo pacífico y la disidencia. En abril de 2017, el Parlamento bahreiní sancionó un cambio constitucional que permite de forma permanente que los tribunales militares juzguen a civiles, siempre que estos individuos estén acusados de terrorismo; naturalmente, una acusación de terrorismo suele servir como el pretexto necesario para garantizar que se cumpla esta condición. Los tribunales militares se habían introducido previamente como un elemento de la ley marcial de tres meses que fue declarada por el rey Hamad bin Isa al-Khalifa durante las protestas de 2011. En 2019, Bahrein aprobó un proyecto de ley de prensa y medios de comunicación que definía el «mal uso de las redes sociales» para criminalizar el uso de las redes sociales con fines de disidencia; desde entonces se ha utilizado para encarcelar a la oposición.
Es este contexto el que lleva a la preocupación por la ausencia de disidentes y la desaparición de sus voces. El duro trato que reciben los disidentes pacíficos de la sociedad civil en Bahrein merece la máxima preocupación de la comunidad internacional. Los presos políticos deben ser liberados y la disidencia pacífica debe volver a la sociedad. Para que se produzca un cambio real, también deben modificarse o derogarse los regímenes jurídicos que respaldan la capacidad de las autoridades para reprimir la disidencia.
ADHRB hace un llamamiento a la comunidad internacional para que plantee estas cuestiones en el próximo 46º periodo de sesiones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas mediante la presión bilateral y multilateral sobre Bahrein. La comunidad internacional tiene el deber de rendir cuentas cuando una situación lo requiera; en Bahréin, la necesidad de rendir cuentas es imperativa, y debería haberse hecho hace tiempo.